Para los
sumerios, la primera civilización que se tiene noticia (4.000 A.C), las
migrañas eran causadas por la Mano del Espíritu de la Muerte un demonio que
causaba además las parálisis, la locura y los problemas gastrointestinales. Su
tratamiento consistía de masajes con ungüentos a base de plantas medicinales y
aromáticas mientras un sacerdote disfrazado de pez que representaba el dios de
la magia rezaba: “sal de aquí, como la leche materna que de la mama emana/ como
el sudor que el cuerpo transpira/ como las gotas de sudor que en la frente se
forman/ como la ventosidad que el ano suelta/como la orina que de la
entrepierna gotea/, como el eructo que la garganta expele/ como el moco que la
nariz produce y como el cerumen que el oído segrega”.[1]
Al lado de lo
tremendamente curioso del texto, resalto el sentido biológico del conjuro,
subyace en él una connotación natural que sitúa la enfermedad como cualquier
otro producto de nuestro cuerpo, un fluido, una excreción, una reacción orgánica
normal que hace parte de nuestro proceso normal de vida. Tal vez este pueblo
antiguo ya conocía del ciclo natural de las enfermedades y sin embargo
entendían que no se hacía mayor cosa si
a la vez no se trataban en el enfermo aquellas otras afecciones que abatían su
espíritu.
Rescato por
ello de la medicina autóctona de las culturas antiguas e indígenas de cada
geografía, la forma dual como conciben el tratamiento de la enfermedad: por un
lado el uso de elementos curativos como plantas y minerales destinados a
aliviar el malestar físico y por otra parte pero no menos importante los ritos
y rezos destinados a aplacar los quebrantos del alma del paciente. De esta forma, comprendemos que la enfermedad
es un proceso integral que involucra nuestro cuerpo pero igualmente nuestro
estado anímico y emocional en todo su conjunto, todo lo que altere esto último
tiene el potencial de afectar nuestro organismo.
Cuando se
habla de demonios y espíritus en un rito de curación automáticamente asociamos
todo esto a lo supersticioso, que en último termino se encasilla en argumentos
subjetivos y un tratamiento del asunto poco serio. Sin embargo, al revisar la
definición de demonio, encontramos a pensadores de la talla de Platón
refiriéndose a ellos como seres encargados de otorgar el saber y guiar al
humano, lo que permite olfatear una asociación espiritual entre enfermedad y
conocimiento.
No es
necesario sustentar en textos o civilizaciones antiguas, nuestra idea de que la
enfermedad es un proceso interdependiente que une el ámbito emocional
consciente e inconsciente con nuestra fisiología y morfología. La medicina psicosomática, la
psiconeuroinmunología entre otros desarrollos científicos están confirmando
este planteamiento.
Las
enfermedades aunque abominables en sí, son manifestaciones biológicas que
conllevan una información valiosísima sobre nosotros mismos y nuestra realidad,
el mundo que vivimos. En su lenguaje
cifrado corporal registran nuestras experiencias de vida y su impacto a nivel
psíquico lo que ofrece a la vez una perspectiva integral y humana de
tratamiento y curación.
Cuando
soportamos etapas de alta ansiedad debido a alguna circunstancia compleja por
la cual estamos atravesando: excesiva presión laboral, conflictos de pareja,
deudas, etc. Uno de los primeros síntomas manifiestos son los problemas
relacionados con conciliar o mantener un ciclo normal de sueño. Lo peor es que durante esas largas horas
recorriendo cada zona de la cama sin poder hallar la entrada al descanso
reparador, nuestra mente se empeña en repasar con memoria fotográfica todos los
problemas, conflictos y detalles que
intranquilizan nuestro ánimo de tal forma que a la sensación de cansancio se
suma el agotamiento mental producto de la preocupación.
Educados para
buscar soluciones rápidas y eficaces, como lo imponen estos tiempos, nos
tomamos cualquier pastilla mágica que nos recomienden o si acaso somos muy
responsables con nosotros mismos pedimos ayuda médica profesional que en último
termino se centrará en realizar los estudios y chequeos para formular los
fármacos recomendables a nuestro perfil clínico.
Dejando de
lado y casi que menospreciando la incidencia de nuestros problemas emocionales
en estos trastornos, esos mismos que nosotros sospechamos son los directos
causantes de nuestro insomnio. Como por
instinto preferimos aliviar momentáneamente nuestros malestares físicos que
entrar a reflexionar las circunstancias de vida que experimentamos y su
relación directa con la aparición de nuestra enfermedad ya que en esencia estos
dos aspectos no son independientes el uno del otro sino que por el contrario la
evolución de nuestra vida emocional y afectiva determina nuestro nivel de
vitalidad.
Antes de ir al
médico o si quiere al tiempo, pregúntese que demonio interior no lo está dejando
conciliar o mantener tranquilamente el sueño y ello es tan sencillo como
preguntarse: ¿qué está pasando en mi vida en estos momentos? ¿qué me tiene intranquilo? ¿cuál es aquella preocupación que no da
sosiego a mi mente? ¿Cuál es la inquietud que sufre mi alma desde hace tiempos
o recientemente?.
De la
franqueza de sus respuestas depende su propio diagnostico emocional lo que
determina el posible tratamiento a emprender en el plano personal. En otras
palabras, es necesario determinar porque su mente no le permite descansar, que
quedó pendiente por hacer y aun sigue en mora de ejecutar. Entre más claridad con respecto a esto,
describiendo las cosas con las palabras justas y en su sentido real, mucho
mejor. Una vez logre precisarlo, no
queda mas opción que enfrentar el problema e idear las posibles soluciones.
Sé que suena
simple y fácil y que en la vida real las cosas no suelen funcionar así, por eso
es mas cómodo tomarse un somnífero que hacer esto otro. Pero también es cierto
que aun cuando el problema sea gigante y muy complejo, el permanecer inmóvil
sin ninguna iniciativa dejando que por la obra de Dios las cosas cambien,
tampoco es algo muy sensato. De lo que
se trata es de comenzar a implementar acciones para solucionar los problemas
que nos afectan anímicamente, no de solucionarlos inmediatamente aunque eso
sería lo deseable.
Cuando usted
se atreve a hacer cosas diferentes frente a sus problemas, ya le está perdiendo
el miedo a sus demonios y el miedo es el sentimiento que paraliza e inmoviliza
sus acciones. Lo mejor es que cuando usted toma conciencia y busca cambios, su
cuerpo inmediatamente lo detecta y comienza a actuar en consecuencia con su
mente, desarrollando el mismo las
reacciones internas necesarias para restaurar el ciclo normal vigilia sueño.
Poco a poco,
la ciencia sin ser su propósito original, va legitimando la práctica médica que
incorpora un ejercicio espiritual más allá del meramente físico.
En el 2012 la
Universidad de Ryerson en Toronto (Canadá) hizo un estudio sobre 93 personas a
las cuales les hicieron diligenciar un cuestionario de preguntas sobre sus
hábitos de sueño y posteriormente les hicieron una prueba práctica en la cual
encerrados solos en una habitación con luz y posteriormente a oscuras los
estimularon con ruidos estentóreos e inesperados. Se observó que las personas
que manifestaron tener problemas de sueño eran las que peor reaccionaban en la
habitación a oscuras, mostrando más miedo y nerviosismo que los que decían
dormir fácilmente.[2]
Del estudio,
aún pendiente de más trabajo científico, se deduce una relación directa y
estrecha entre miedo e insomnio, las personas que tienen dificultades para
conciliar o mantener un ciclo de sueño normal por lo general son aquellas que
tienen más prevención cuando la luz se apaga. En este caso, la mitad de los insomnes
reconocieron su temor a la oscuridad, la otra mitad a pesar de no reconocerlo
actuaron durante la prueba práctica con el mismo miedo que los que fueron
sinceros respecto a este punto.
Por supuesto
que lo que muestra el estudio ni es concluyente ni explica el insomnio en
general, sin embargo corrobora lo que hemos venido diciendo en cuanto a la
forma como una emoción, un demonio interior llamado miedo puede ocasionar un
trastorno en nuestra salud, sin que nosotros seamos conscientes del hecho.
Por mi parte
puedo decir que muy valientes los que no temen a la oscuridad, de verdad que
los admiro porque desde que éramos aun tiernos bebes nos sometieron a unos
miedos terribles con esas canciones de cuna con que nuestras mamas, abuelas y
tías nos obligaban a dormir rápido so pena
de que un “coco” nos iba a comer
o nos llevaba hacia no sé qué lado, con eso lo que hicieron finalmente fue
arruinarle el sueño a cantidad de generaciones a lo largo de los tiempos.[3]