martes, 30 de julio de 2013

La enfermedad y sus demonios.



Para los sumerios, la primera civilización que se tiene noticia (4.000 A.C), las migrañas eran causadas por la Mano del Espíritu de la Muerte un demonio que causaba además las parálisis, la locura y los problemas gastrointestinales. Su tratamiento consistía de masajes con ungüentos a base de plantas medicinales y aromáticas mientras un sacerdote disfrazado de pez que representaba el dios de la magia rezaba: “sal de aquí, como la leche materna que de la mama emana/ como el sudor que el cuerpo transpira/ como las gotas de sudor que en la frente se forman/ como la ventosidad que el ano suelta/como la orina que de la entrepierna gotea/, como el eructo que la garganta expele/ como el moco que la nariz produce y como el cerumen que el oído segrega”.[1]

Al lado de lo tremendamente curioso del texto, resalto el sentido biológico del conjuro, subyace en él una connotación natural que sitúa la enfermedad como cualquier otro producto de nuestro cuerpo, un fluido, una excreción, una reacción orgánica normal que hace parte de nuestro proceso normal de vida. Tal vez este pueblo antiguo ya conocía del ciclo natural de las enfermedades y sin embargo entendían  que no se hacía mayor cosa si a la vez no se trataban en el enfermo aquellas otras afecciones que abatían su espíritu.
Rescato por ello de la medicina autóctona de las culturas antiguas e indígenas de cada geografía, la forma dual como conciben el tratamiento de la enfermedad: por un lado el uso de elementos curativos como plantas y minerales destinados a aliviar el malestar físico y por otra parte pero no menos importante los ritos y rezos destinados a aplacar los quebrantos del alma del paciente.  De esta forma, comprendemos que la enfermedad es un proceso integral que involucra nuestro cuerpo pero igualmente nuestro estado anímico y emocional en todo su conjunto, todo lo que altere esto último tiene el potencial de afectar nuestro organismo.

Cuando se habla de demonios y espíritus en un rito de curación automáticamente asociamos todo esto a lo supersticioso, que en último termino se encasilla en argumentos subjetivos y un tratamiento del asunto poco serio. Sin embargo, al revisar la definición de demonio, encontramos a pensadores de la talla de Platón refiriéndose a ellos como seres encargados de otorgar el saber y guiar al humano, lo que permite olfatear una asociación espiritual entre enfermedad y conocimiento.

No es necesario sustentar en textos o civilizaciones antiguas, nuestra idea de que la enfermedad es un proceso interdependiente que une el ámbito emocional consciente e inconsciente con nuestra fisiología y morfología.  La medicina psicosomática, la psiconeuroinmunología entre otros desarrollos científicos están confirmando este planteamiento. 

Las enfermedades aunque abominables en sí, son manifestaciones biológicas que conllevan una información valiosísima sobre nosotros mismos y nuestra realidad, el mundo que vivimos.  En su lenguaje cifrado corporal registran nuestras experiencias de vida y su impacto a nivel psíquico lo que ofrece a la vez una perspectiva integral y humana de tratamiento y curación.

Cuando soportamos etapas de alta ansiedad debido a alguna circunstancia compleja por la cual estamos atravesando: excesiva presión laboral, conflictos de pareja, deudas, etc. Uno de los primeros síntomas manifiestos son los problemas relacionados con conciliar o mantener un ciclo normal de sueño.  Lo peor es que durante esas largas horas recorriendo cada zona de la cama sin poder hallar la entrada al descanso reparador, nuestra mente se empeña en repasar con memoria fotográfica todos los problemas, conflictos  y detalles que intranquilizan nuestro ánimo de tal forma que a la sensación de cansancio se suma el agotamiento mental producto de la preocupación.

Educados para buscar soluciones rápidas y eficaces, como lo imponen estos tiempos, nos tomamos cualquier pastilla mágica que nos recomienden o si acaso somos muy responsables con nosotros mismos pedimos ayuda médica profesional que en último termino se centrará en realizar los estudios y chequeos para formular los fármacos recomendables a nuestro perfil clínico. 

Dejando de lado y casi que menospreciando la incidencia de nuestros problemas emocionales en estos trastornos, esos mismos que nosotros sospechamos son los directos causantes de nuestro insomnio.  Como por instinto preferimos aliviar momentáneamente nuestros malestares físicos que entrar a reflexionar las circunstancias de vida que experimentamos y su relación directa con la aparición de nuestra enfermedad ya que en esencia estos dos aspectos no son independientes el uno del otro sino que por el contrario la evolución de nuestra vida emocional y afectiva determina nuestro nivel de vitalidad.

Antes de ir al médico o si quiere al tiempo, pregúntese que demonio interior no lo está dejando conciliar o mantener tranquilamente el sueño y ello es tan sencillo como preguntarse: ¿qué está pasando en mi vida en estos momentos?  ¿qué me tiene intranquilo?  ¿cuál es aquella preocupación que no da sosiego a mi mente? ¿Cuál es la inquietud que sufre mi alma desde hace tiempos o recientemente?.

De la franqueza de sus respuestas depende su propio diagnostico emocional lo que determina el posible tratamiento a emprender en el plano personal. En otras palabras, es necesario determinar porque su mente no le permite descansar, que quedó pendiente por hacer y aun sigue en mora de ejecutar.  Entre más claridad con respecto a esto, describiendo las cosas con las palabras justas y en su sentido real, mucho mejor.  Una vez logre precisarlo, no queda mas opción que enfrentar el problema e idear las posibles soluciones.

Sé que suena simple y fácil y que en la vida real las cosas no suelen funcionar así, por eso es mas cómodo tomarse un somnífero que hacer esto otro. Pero también es cierto que aun cuando el problema sea gigante y muy complejo, el permanecer inmóvil sin ninguna iniciativa dejando que por la obra de Dios las cosas cambien, tampoco es algo muy sensato.  De lo que se trata es de comenzar a implementar acciones para solucionar los problemas que nos afectan anímicamente, no de solucionarlos inmediatamente aunque eso sería lo deseable.

Cuando usted se atreve a hacer cosas diferentes frente a sus problemas, ya le está perdiendo el miedo a sus demonios y el miedo es el sentimiento que paraliza e inmoviliza sus acciones. Lo mejor es que cuando usted toma conciencia y busca cambios, su cuerpo inmediatamente lo detecta y comienza a actuar en consecuencia con su mente, desarrollando el mismo  las reacciones internas necesarias para restaurar el ciclo normal vigilia sueño.

Poco a poco, la ciencia sin ser su propósito original, va legitimando la práctica médica que incorpora un ejercicio espiritual más allá del meramente físico. 


En el 2012 la Universidad de Ryerson en Toronto (Canadá) hizo un estudio sobre 93 personas a las cuales les hicieron diligenciar un cuestionario de preguntas sobre sus hábitos de sueño y posteriormente les hicieron una prueba práctica en la cual encerrados solos en una habitación con luz y posteriormente a oscuras los estimularon con ruidos estentóreos e inesperados. Se observó que las personas que manifestaron tener problemas de sueño eran las que peor reaccionaban en la habitación a oscuras, mostrando más miedo y nerviosismo que los que decían dormir fácilmente.[2]

Del estudio, aún pendiente de más trabajo científico, se deduce una relación directa y estrecha entre miedo e insomnio, las personas que tienen dificultades para conciliar o mantener un ciclo de sueño normal por lo general son aquellas que tienen más prevención cuando la luz se apaga.  En este caso, la mitad de los insomnes reconocieron su temor a la oscuridad, la otra mitad a pesar de no reconocerlo actuaron durante la prueba práctica con el mismo miedo que los que fueron sinceros respecto a este punto.

Por supuesto que lo que muestra el estudio ni es concluyente ni explica el insomnio en general, sin embargo corrobora lo que hemos venido diciendo en cuanto a la forma como una emoción, un demonio interior llamado miedo puede ocasionar un trastorno en nuestra salud, sin que nosotros seamos conscientes del hecho.  

Por mi parte puedo decir que muy valientes los que no temen a la oscuridad, de verdad que los admiro porque desde que éramos aun tiernos bebes nos sometieron a unos miedos terribles con esas canciones de cuna con que nuestras mamas, abuelas y tías nos obligaban a dormir rápido so pena  de que un “coco” nos iba a  comer o nos llevaba hacia no sé qué lado, con eso lo que hicieron finalmente fue arruinarle el sueño a cantidad de generaciones a lo largo de los tiempos.[3]






[2] http://www.quo.es/salud/no-quiero-dormir-sin-luz. Consultado el 29 de Julio de 2013.
[3] Sospecho que la culpa de todo esto era la impaciencia del dueño de casa.

lunes, 15 de julio de 2013

El Mito de Atenea.....



El mito de Atenea o la enfermedad como fuente de sabiduría.

Es indudable que el dolor, las enfermedades y el hombre nacieron el mismo día.  Nuestros antepasados, todos esos “homos” que nos antecedieron evolutivamente hasta llegar a la especia humana tal y como la conocemos hoy,  seguramente lo debieron haber vivido constantemente en cada uno de sus quehaceres: conseguir alimento, buscar refugio seguro, proteger a sus crías, todo conllevaba algún riesgo o amenaza de las que si bien salían vivos por la buena fortuna, de seguro quedaban heridas que en el peor de los casos les podían causar la muerte. [1]

Ahora bien, precisar el momento en que el hombre comenzó a experimentar dolores de espalda, de muelas o el común y corriente dolor de cabeza es una labor bastante ambiciosa por decir lo menos; basta tener en cuenta que así como nosotros el resto animales también sufren dolores de igual o peor naturaleza que los que nosotros padecemos y  por ende,  es muy probable que las primeras enfermedades que hoy conocemos las sufriera algún primate en el África ecuatorial  hace 5 o 4 millones de años.[2]
 
Si nos impulsamos y damos un salto largo en la historia y caemos en la Antigua Grecia, las enfermedades desde siempre han estado importunando la vida de los hombres y de los mismos dioses.  A diferencia de nuestra era,  para los griegos los dioses estaban hechos a imagen y semejanza de los hombres y no al revés, y por tanto los dioses eran seres inmortales, con poderes extraordinarios pero también bastante humanos, muy pasionales, que además sufrían como cualquier mortal con dolores tanto del alma como del cuerpo.

De esto no se salvaba ni el mismo Zeus, el Rey de los dioses del Olimpo. Cuenta la historia que alguna vez Zeus estaba desesperado, dando gritos estruendosos por todo el firmamento por un dolor de cabeza imposible de soportar.  Solo Hefestos, dios del fuego, pudo calmar el tormento dándole un soberbio hachazo en toda la frente, emergiendo de la herida Atenea, diosa de la sabiduría, la estrategia, de las artes, de la justicia y de la habilidad.

Sin intentar hacer un riguroso análisis de este episodio y solo circunscribiéndonos a los acontecimientos, es evidente que a Zeus le dio un ataque de migrañas, él mismo que en momentos de desesperación provoca darse contra las paredes o abrirse la cabeza con un hacha.  Algunas versiones ulteriores de este mito añaden que Zeus antes de ser embestido por Hefestos, se sumergió en las frías aguas  del lago Tritón deseoso de hallar reposo a su tormento,  tal y como lo hace cualquier infeliz desgraciado cuando es presa de una punzante jaqueca.[3]

El elemento que merece importancia en este punto es que toda enfermedad, esconde una fuente preciosísima de sabiduría, es una veta de conocimiento e información que nos ilustra sobre nosotros mismos y nuestra vida.  La enfermedad le da la oportunidad a Zeus de sacar de su propio ser el conocimiento y la inteligencia, encarnado en la figura de la diosa Atenea, siempre virgen e incorruptible, racional y estratégica que no es seducida por las pasiones e intereses egoístas del mundo y que por siempre ocupa uno de los sitiales en la cumbre del Olimpo como una divinidad principal.

Entonces llego la hora de repensar y redefinir  las enfermedades, consideremos que además de ser causa de sufrimientos, dolor, angustia y pena, hay que también concederles  un don especial que solamente a través de los griegos pudimos inferir gracias a su fascinante cultura y cosmogonía: la enfermedad nos permite tomar conciencia de nuestro mundo interior, en otras palabras nos habla de nuestra mente y nuestro espíritu y de la posibilidad de conocerse uno mismo para alcanzar la verdadera sabiduría como lo dice Sócrates.

Es nuestro deber encontrar la forma en que podamos utilizar esa  información codificada de la enfermedad,  y convertirla en elemento valioso de nuestro propio beneficio, en el motor hacia la curación del alma y del cuerpo. Para Hipócrates, padre de la medicina, y también para sus antecesores, la salud era el resultado de un equilibrio básico entre el espíritu y las condiciones físicas, cuando se alteraba esa armonía aparecían las enfermedades.

Pues bien, siguiendo este razonamiento, toca determinar en un principio cuáles son esos factores desestabilizantes que atentan contra nuestro bienestar, eso mismo que no deja que mi vida sea feliz y plena es también la causa emocional de mis quebrantos de salud. No hace falta ir donde un psicólogo o algo parecido, aunque si lo cree necesario hágalo, pero mas allá de eso pregúntese ¿qué deseo ser en mi vida y qué es aquello que me lo impide?. En la respuesta encontrará la razón emocional de su enfermedad y con su solución me atrevo a decir que también el tratamiento para la curación.

Sin embargo, la respuesta a estos dos interrogantes no es fácil si antes no se ha hecho un trabajo previo de continua reflexión. Saber que quiero ser y hacer es de hecho la cuestión más importante de todas, porque ella determina en gran medida el grado realización frente a la vida, define si cada día arroja un balance satisfactorio o si por el contrario solo es rutina que evidencia de forma palpable nuestra frustración. 

A veces es más fácil saber primero lo que no quiero hacer en mi vida porque paradójicamente es lo mismo que actualmente estamos haciendo, es nuestra lamentable realidad. Me encuentro haciendo algo que definitivamente no me gusta y ello me produce tristeza cada vez que reflexiono y soy consciente de ello. Y ojo que no estoy hablando solo de trabajo como puede parecer, me refiero también al aspecto sentimental (¿estoy con la persona que quiero?), a la relación con mi familia (¿me gusta tenerlos cerca?), con mis amigos (¿son de verdad amigos?), conmigo mismo (¿me aprecio como soy?)  etc.

Piense si en cada uno de los aspectos de su vida usted se siente satisfecho, si no es así, medite cual es la recompensa que obtiene de hacer lo que no quiere: un sueldo, compañía, status, etc.  Ahora contémplese haciendo lo que usted sospecha o imagina que ha querido ser y además con las mismas o mejores recompensas que actualmente está obteniendo haciendo lo que no le gusta. Agréguele a lo anterior una salud envidiable, porque si usted hace lo que quiere ser, por añadidura gozará de excelente salud. [4]

No cree que vale la pena transformar su vida en procura de estos objetivos. Tómese su tiempo, observe su vida en retrospectiva y analice que aspecto de su vida le genera inconformidad, haga el ejercicio y visualice como le gustaría que fuera.  Hasta este punto ya tiene mucho ganado porque ha podido determinar que quiere para su vida en ese aspecto en especial. O si quiere también puede transportarse a los momentos de su vida donde disfrutó  lo que hacía, o donde estaba con las personas que quería o se sentía a gusto con su apariencia, etc. De lo que se trata es que usted traiga todos esos momentos y los convierta en su proyecto de vida de ahora en adelante. 

Muy probablemente después que haga esto lo primero que va a llegar a su mente son todas las 90 mil razones para desestimar y echarle tierra a estos pensamientos.  Va a poner todos los 100 mil obstáculos y otro tanto de personas para hacer esto imposible en lugar de comenzar a pensar que hago para que mi día a día comience a cambiar, porque esto necesita una determinación diaria de cambio para que nuestro mundo se transforme o como mejor lo decía Gandhi “sé tú el cambio que quieres ver en el mundo.”

Hace poco un amigo me decía que uno de las cosas que mas lo indisponía y que era capaz de dañarle un buen día era el tráfico de la ciudad. Intento evadirlo de muchas formas, cambio sus rutinas de trabajo, en lo posible no salía sino para lo estrictamente necesario, pero cuando salía de la casa por alguna razón siempre volvía su mal genio. Hasta que un día se decidió y compró una motocicleta y decidió probar a ver cómo le iba.

La última vez me dijo que estaba encantado, que salía cada vez que quería sin molestarse ni insultar a nadie, que incluso además de no lidiar con el trafico, ahora gastaba menos en gasolina, en impuestos, en peajes que esa idea había sido una maravilla y que además estaba pensando en vender el carro porque ya no lo veía como algo necesario. De esto hablo cuando me refiero a las pequeñas transformaciones: si algo es de verdad insoportable para nosotros no nos quedemos solo en  la interminable quejadera, hagamos cosas para que nuestra realidad cambie, de lo contrario si se queda sin hacer nada está demostrando que aquello por lo que alega tanto no es tan insoportable como usted dice.

Pero tranquilo que no estará solo en su conformismo, lo acompañaran siempre los que nunca se han apartado de usted: los dolores de cabeza, de espalda, la presión alta, la gripa y otros tantos de estos fieles amigos.  La próxima que se encuentre con uno de éstos échele la culpa a la comida, al colchón donde duerme, al frio de la mañana pero también pregúntese, cual es el conflicto interior de mi vida que mi cuerpo me recuerda cada vez que me enfermo?.


[1] De acuerdo a la revista especializada Proceedings of National Academy of Science, la esperanza de vida de los Neandertales y Homo Sapiens estaba entre los 20 a 40 años.
[2] Es muy amplia la lista de enfermedades compartidas con primates como los monos: dengue, la fiebre amarilla, el sarampión, hepatitis, entre otras.
[3] Algunas versiones también incorporan en la historia a Hermes, el dios mensajero, quien conmovido por los alaridos de Zeus le solicita a Hefestos que le abra la cabeza con una cuña y un mazo.
[4] Los estados de bienestar nos colocan en una mejor reacción del sistema inmunológico frente a toda amenaza externa y esto redunda en un mejor estado de salud. Por el contrario son muchos los estudios científicos que han demostrado que el estado de animo negativo o estados depresivos se asocian a diferentes grados de inmunosupresión (la inhibición de uno o más componentes del sistema de defensa de nuestro cuerpo).

jueves, 11 de julio de 2013

La próxima vez que vaya al médico...



La próxima vez  que vaya al médico…

Hoy día es bastante sencillo conocer y  buscar la forma de enterarse sobre cualquier enfermedad que nos afecte o afecte nuestros seres queridos y creo que indudablemente esto lo amerita con la prioridad más alta.   Actualmente al estar enfermo se vuelve imperativo para cada uno  tratar de comprender que le está pasando a mi cuerpo, cuales son las posibles causas y factores que propiciaron este malestar del cual hoy me resiento, qué consideraciones medicas debo seguir con miras a sufrir en lo más mínimo los síntomas de la enfermedad,  eso sí sin incurrir jamás en la automedicación.[1]
 
De tal manera que si usted definitivamente necesita ir al médico porque ya no soporta los síntomas y éstos se vuelven más frecuentes e intensos, usted pueda con algún criterio sostener una conversación fluida con su médico, pueda explicarle cómo se siente, donde siente más dolor, qué medicamentos le han recetado y no le han hecho efecto, entre otros aspectos. No se trata de intentar saber más que el médico, porque definitivamente salvo casos excepcionales, él tiene el conocimiento formal y amplio de la materia. 

Lo que si se busca es que usted le ayude a su médico a encontrar el tratamiento que mejor se ajuste a su condición, teniendo en cuenta el tipo de afección que usted padece, las otras enfermedades que sufre o ha sufrido, las circunstancias en que lo ataca la enfermedad si hay alguna que haya identificado en particular, la duración de esos episodios de dolor, entre otros aspectos importantes. Lo ideal es que cuando usted vaya a la consulta médica ya lleve escrito o aprendido éste y otros puntos que pueden aportar luces sobre la mejor manera como tratarlo.

Ningún paciente es igual que otro ya que ningún ser humano tiene una copia idéntica y puesto que las enfermedades se originan y desarrollan en los seres humanos, es improbable que todos los enfermos sufran exactamente los mismos síntomas y manifestaciones, por citar un ejemplo: los niveles de tolerancia al dolor son diferentes entre uno y otro paciente y por ende esto determina que un ataque de migrañas sea extremadamente fuerte en un enfermo o moderado en otro. 

Por tanto en la consulta médica es necesario el dialogo y el dialogo se construye entre dos, paciente y medico en este caso, porque a pesar de que solo uno de los dos tiene el conocimiento científico, éste necesita entender de boca del paciente las circunstancias particulares de su afección.

Si usted como paciente siente que pese a sus intentos su médico no quiere o no le interesa generar este dialogo, usted tiene todo el derecho de salirse de la consulta y buscar un médico que le permita expresar su angustia, sus preocupaciones, sus inquietudes, uno que lo escuche y le permita desahogarse. Las enfermedades no son ejercicios matemáticos donde la abstracción y el análisis lógico son suficientes para dar con la respuesta, todos los procesos naturales incluyendo las enfermedades son procesos complejos con varios elementos involucrados e interactuando entre sí,  tal como el aspecto psicológico del que tanto se suele omitir en la atención clínica.   

El problema es que la tendencia de los servicios de salud público y privado  tienden a recortar cada vez más el breve tiempo dispuesto para las consultas, lo que obstaculiza nuestro intento por propiciar un dialogo de entendimiento entre médico y paciente. [2] Sin embargo, debemos continuar en nuestro empeño por hacer de las consultas médicas un espacio de comunicación fluida donde usted tenga la oportunidad de hablar espontáneamente de su realidad física y emocional; y reitero lo dicho arriba, si no encuentra disposición para entablar ese tipo de conversación, busque profesionales que le impregnen esa actitud a su trabajo, siempre se encuentran algunos con este perfil en cada lado.

En un reciente estudio en los EE.UU sobre la principal causa de indemnizaciones por negligencia médica durante los últimos 25 años, se encontró que el error en el diagnóstico representaba la más importante causa de demandas. Se estima que por este concepto se pagaron en total 13.600 Millones de dólares Aprox. un 35% de todo el monto pagado de indemnizaciones. Para algunos expertos, parte de la solución está en que los pacientes jueguen un papel importante a la hora de reducir el número de fallos en el diagnostico al proporcionar a su médico un historial medico preciso, al adherirse al plan de seguimiento prescrito, al seguir acudiendo a las visitas para comentar los resultados de pruebas con resultados que se salgan de la normalidad y al hacer preguntas para clarificar las instrucciones que no entiendan del todo.[3]

Tómese la molestia de investigar por cada uno de los medicamentos y/o el procedimiento que el médico le prescribió, infórmese de las contraindicaciones, de los cuidados que se deben tener antes, durante o después de practicarse el procedimiento; si tiene dudas llame al médico y pregúntele nuevamente, nada está de más en estas circunstancias y el profesional verdaderamente ético siempre lo sabrá comprender. 

Adicional a todo esto, considero supremamente importante que antes de acudir al médico o tomarse cualquier medicamento usted debe llenarse de fe y confianza que aquello que está haciendo le va a dar buenos resultados y va a representar una significativa mejoría de su condición, y con esto incluyo y me refiero también a cualquier tratamiento de medicina alternativa: homeopatía, medicina oriental, etc.  Por ejemplo está comprobado que cualquier analgésico antiinflamatorio (acetaminofén, aspirina, ibuprofeno entre otros) tiene un efecto placebo del 60%, una parte de la eficacia del medicamento la ejerce la droga, la otra mitad la pone el paciente.[4]

La próxima vez que vaya al médico me iré preparado, leeré con detenimiento para saber en términos médicos lo que posiblemente tengo y de otro lado haré un diario de mi experiencia de enfermo recalcando lo que siento, lo que pasa por mi mente, en ultimas mi propia versión de los síntomas, mi propia historia de los padecimientos.  La próxima vez que vaya al médico no seré pasivo, haré preguntas, pediré consejo porque entiendo que yo soy el enfermo pero también yo puedo más que nadie darle vuelta a la realidad que vivo.




[1] Una persona que consuma frecuentemente aspirina por ejemplo,  para calmar el dolor de las migrañas está mucho más propensa a padecer problemas gastrointestinales, sufrir de una disminución de la función renal lo que estimula la retención de líquidos y sodio, entre otros trastornos que requieren cuidado médico adicional.
[2] La legislación colombiana establece que la consulta médica no debe ser inferior a 20 minutos, pero en la práctica el tiempo promedio real es de 15 minutos de los cuales 7 u 8 se pasan haciendo la historia clínica, el registro, etc.   En países como Suecia la media de atención es de 35 minutos, mientras que en España se habla de 10  minutos.
[3] Revista Online BMJ Quality & Safety, 25-Year Summary of US malpractice claims for diagnostic errors 1986 – 2010: an analysis from National Practitioner Data Bank.  David Newman – Toker, 22 Abril 2013.
[4] Nuestra comprensión del efecto placebo conlleva una connotación positiva en términos de utilidad para maximizar la curación del paciente. Es amplio el debate sobre el efecto placebo en la comunidad científica con respecto a sus implicaciones terapéuticas y clínicas, sin embargo no es nuestro objetivo profundizar en este asunto.